miércoles, 13 de junio de 2012

"El último Rafael", a la sombra de Romano y Penni.

Hoy hemos estado visitando la exposición "El último Rafael". No podíamos dejar pasar esta oportunidad de encontrarnos con pintura italiana de primera calidad. En serio, nos podríamos considerar adictos a los buenos pinceles italianos

Antes de nada, desengáñense: no van a ver obras de Rafael -que también- sino de sus discípulos, Giulio Romano y Gianfrancesco Penni. Estos dos grandes desconocidos para el gran público quizás se hubieran merecido un hueco mayor en el título de la exposición, que les ha condenado a seguir permaneciendo a la sombra del maestro. 




A parte de eso, la muestra es de tamaño moderado -el adecuado como para no cansar al personal ni dejarle a medias- y lo mismo podemos decir de la información de cada sala y las cartelas, de la situación de los cuadros, el desapercibido color de los muros, etc. Chapó. Qué vamos a decir, al nivel del Museo del Prado, uno de los museos que lidera actualmente la primera división europea en cuanto a lo que organizar exposiciones se refiere. 

La exposición hace homenaje, además, a uno de los pilares de la Historia del Arte: la comparación. La pensada disposición de las obras permite comparar los dibujos preparatorios con sus obras finales, las obras de taller con las del maestro. Por ejemplo, es fantástico poder observar la Virgen de la Rosa de Rafael junto a la Virgen de Munro de Novar de Giulio Romano, lo que nos otorga el privilegio de analizar en persona las diferencias entre maestro y discípulo. Un verdadero lujo del que no siempre se acuerdan los comisarios de exposición.  




La muestra te hace aprender, otra de las cosas que realmente se echan de menos en muchas muestras, llenas de obras pero vacías de contenido. Te hace transportarte al taller romano de Rafael de aquellos años, entre 1513 y 1520, los últimos años de vida del pintor, en los que personajes como Romano y Penni comenzaban a tener un mayor protagonismo en la inmensa cantidad de encargos que eran realizados al pintor de Urbino. Te hace comprender mejor los distintos caminos que toman Giulio Romano y Penni: el primero más impulsivo, potente, radiante e incluso "fosforescente", más joven y atrevido, como nos muestra la pequeña tabla de la Visión de Ezequiel (abajo a la izquierda); el segundo más suave, heredero del clasicismo romano más puro, como vemos en la Virgen de la Diadema Azul (abajo a la derecha). 




El final de la exposición es prácticamente apoteósico, protagonizado por la sala dedicada a La Transfiguración de Rafael. Radiografías, reflectografías, dibujos preparatorios y copias posteriores componen la magnífica sala en la que la única gran ausente es la propia Transfiguración de los Museos Vaticanos. Claro, cualquiera la saca de allí. Sin embargo, tampoco vamos a decir que se eche excesivamente en falta. El estudio que se expone sobre la obra supera con creces su ausencia y constituye un broche perfecto para una magnífica exposición. 

Pablo Aparicio Resco
@ArcheoPablo


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