Vayámonos de batallitas. En 1260, florentinos y sieneses estaban de nuevo liados a palos. Imagínenselo como una Línea de Gaza del Duecento. Más que no poder soportar que el uno o el otro fueran amigos del Papado o del Emperador, la chispa que colmó el vaso fue que eran vecinos, dos gallos de lucha demasiado grandes para un solo corral. Típico. La tensión se respiraba en el ambiente y la batalla estaba cerca. Los gibelinos sieneses observaban con miedo cómo sus enemigos florentinos, qüelfos, habían reunido más de 35.000 hombres mientras que ellos solo contaban con 20.000 y el miedo se cortaba con cuchillo.
Era sobre todo en este tipo de situaciones cuando se recurría a la devoción, al rezo. Toda Siena se arrodilló ante la pequeña tabla conocida como Madonna degli Occhi Grossi -llamada así por razones obvias-, y juraron a la Virgen que le dedicarían por completo el Duomo y, qué narices, la ciudad entera, si les daba la victoria.
Madonna degli Occhi Grossi, a la que pidieron la victoria los sieneses en 1260.
El resto de la historia se puede intuir. Caballería por aquí, lanceros por allá, la conocida como Batalla de Montaperti fue ganada el 4 de Septiembre de 1260 por los sieneses. Su inferioridad numérica se compensó con la traición de Bocca degli Abati, un noble güelfo florentino, que cortó la mano del portaestandarte de su propia facción. O eso dicen. Sea como fuere, los sieneses regresaron eufóricos a su ciudad.
No se olvidaron de la Virgen, que les había dado la victoria: entre copas y festines dedicaron el Duomo a la Asunción de María y no había un rincón en toda Siena donde no se la hiciera estar presente. Al fin y al cabo, era símbolo de la victoria contra sus eternos enemigos florentinos. Desde entonces se comenzaron a hacer grandes obras de arte en conmemoración de la Madonna de Siena que culminarían en la Maestà de Duccio (1308-11) y en la Maestà de Simone Martini (1315-21) para el Altar Mayor del Duomo y para el Palazzo Pubblico de Siena respectivamente. La intención estaba clara: representar a la Virgen con más grandiosidad que nadie porque sería imagen de la supremacía política de Siena sobre Florencia.
Maestà de Duccio realizada entre 1308 y 1311 para el Duomo de Siena.
Retrocedamos ahora unos cuantos siglos atrás. Cambiemos de escenario. Estamos entre las colinas griegas, en una cálida noche de verano y de una de las tiendas de campaña más grandes sale Julio César. Es el 8 de Agosto del 48 a.C. y es la víspera de la que será conocida como Batalla de Farsalia. Como pueden imaginar, César también se dispuso a realizar sacrificios ante su diosa Venus y prometió levantarle un gran templo como Portadora de la Victoria si lograba vencer ante su enemigo. Llevaba su imagen en un anillo y sus tropas estaban bajo la protección de esta diosa -que, para César, era más de la familia y de la prosperidad, que del amor-.
De nuevo las condiciones se repiten. El propio César nos habla de cómo sus efectivos eran de 87 cohortes y 1000 jinetes, unos 32.000 hombres, y los de su enemigo Pompeyo de 117 cohortes y 7000 jinetes, ascendiendo a 73.000 hombres. Más del doble para el último. Como pueden esperar, ganó el bueno de César pese a la inferioridad numérica. En el caso de la Batalla de Farsalia no está documentada ninguna traición -sería incluso deshonroso para el propio César, que dejo claro que venció sin ayuda-.
Lo interesante es que de nuevo comenzó un proyecto de autorrepresentación política por medio de la monumentalización y de las obras de arte. Tal y como había ocurrido en Siena, -¡En realidad no ocurriría hasta casi 1400 años después!- César llevó a cabo un sistema de propaganda para destacar su victoria y la primacía de la casa de los Julios. Así, aprovechó unos terrenos que había comprado años antes al lado del Foro Republicano para comenzar a levantar el que sería el Forum Iulium, el Foro de César, primero de los Foros Imperiales, presidido, cómo no, por el Templo de Venus Genetrix, de Venus como madre de su familia, pues César decía ser descendiente de Iulo, hijo de Venus y Eneas.
Restos del Templo de Venus Genetrix en el Forum Iulium de Roma.
¿Cual fue la escultura de Venus que se colocó en este templo? Sinceramente, no se sabe. Los últimos estudios descartan, sin embargo, la teoría tradicional de que la imagen que allí se encontraba fuera la conocida como Afrodita de Kalimaco del Museo del Louvre. Es más probable que la imagen de culto encargada por César estuviera cargada de símbolos, como las Maestà de Duccio y de Martini, y que fuera similar a la gran Atenea de Fidias, representada -tal y como prometió César- como portadora de la Victoria. Probablemente ciertas imágenes de Venus que vemos en algunas monedas de la época y algo posteriores se correspondan con esta Venus Genetrix de César, así como una interesante representación que muestra a la diosa entregando la Victoria a Augusto: la herencia de su padre adoptivo, la herencia de los Julios, pasaba a quien sería el creador del Principado.
A la izquierda: la Afrodita de Kalimaco del Louvre, escultura que se creía copia de la Venus Genetrix de César, copia de un original griego de ca. 410 a.C.; a la derecha: denario acuñado poco después de la muerte de Julio César, en el 44 a.C. que representa en el reverso la que posiblemente sea la verdadera imagen de culto de Venus Genetrix.
En la Historia pueden encontrarse a puñados ejemplos de este tipo, siguiendo el esquema "peligro - soborno a la divinidad - victoria - cumplimiento de promesa a la divinidad" y generalmente se componen de las mismas características. Esta es quizás otra de las razones por las que no cuadra que la escultura de Venus Genetrix sea esa amable y sensual Afrodita de Kalimaco. Es sencillo, César jamás dejaría pasar la oportunidad de usar para su beneficio político un elemento tan importante como las imágenes de culto.
Copa de Boscoreale. Augusto aparece entronizado recibiendo la Victoria de manos de Venus.
Pablo Aparicio Resco
@archeopablo
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