Siempre es gratificante que alguien que apostó de forma empresarial
por su pasión, la Arqueología, se acerque a las aulas donde nos estamos
formando los siguientes reclutas para mostrarnos su visión del presente y del
futuro. Dando la vuelta al título de la novela de Remarque, hoy sí que hay novedades en “el frente”. Cada día. Es por
eso por lo que he elegido presentar esta reflexión en términos “bélicos”, porque,
pese a quien pese, esto es una maldita guerra y estamos metidos en ella hasta
el cuello.
Las “bajas” se están sufriendo en la Universidad, en las aulas y en
los centros de investigación pero parece que, una vez derribado el frente de la
Construcción tras la explosión de la Burbuja Inmobiliaria, uno de los cuerpos
que más efectivos ha perdido en el campo de batalla ha sido, precisamente, el
de la Arqueología de Empresa.
El pasado 21 de noviembre llegó al cuartel de instrucción, sucio y
empolvado, quizás algo exhausto pero con ilusión, uno de los emisarios
directamente desde ese frente, con muchas heridas –quizás mutilado– por el
estallido de aquella burbuja, que ¡Bum!
les explotó justo en la cara. Su división, formada en los tiempos de gloria
por más de 50 profesionales, ahora se encuentra maltrecha y sin recursos. Sólo
quedan un par de soldados, al resto, desgraciadamente, los ha engullido aquella
famosa quimera: la Crisis.
¿Qué ha pasado? ¿Dónde estuvo el error? ¿Qué hicimos mal? ¿Pecamos de
fanatismo económico apuntándonos con demasiada emoción a aquella columna de
saqueo indiscriminado? Realmente no tuvimos opción, todo ocurrió demasiado
rápido. Se destruía desbocadamente y se necesitaban hordas de arqueólogos que
rescataran a contrarreloj toda la información posible de las heridas de la
tierra.
Echando la vista atrás, sin embargo, el Capitán Flors sabía que aquello había dejado de funcionar. Muchos
soldados echándose el pitillo, sin trabajo, sentados a la puerta de la taberna donde,
antes, cada día, eran requeridos para ir al frente. Habían sido buenos tiempos.
Se sentían realizados porque se les acumulaba el trabajo, porque se excavaba más que nunca, porque ser arqueólogo
por fin tenía una salida autónoma. Quizás fuera una suerte de espejismo.
La estrategia no era la adecuada porque la guerra era terriblemente
injusta. Hoy, sólo hay unos pocos
arqueólogos de empresa que han conseguido sobrevivir profesionalmente y que
buscan desesperadamente desarrollarse como cuerpo de élite y seguir formando
parte de esas divisiones de Arqueología de Empresa, que durante unos años
gozaron de mucho trabajo y desigual prestigio.
El Capitan Flors se presentó aquella tarde con montones de papeles
bajo el brazo, montones de ideas o, más bien, de planos sobre los que construir
ideas. La solución pasa por reinventarse,
nos dijo, y desplegó ante nosotros aquellos bocetos de un futuro distinto,
tácticas de combate más o menos novedosas, algunas extremas hasta rozar el Taylorismo, que gustaron, confundieron
o aterrorizaron, pero que no dejaron a nadie indiferente. Quizás eso también es
bueno.
Tan enriquecedor como las noticias que nos puso sobre la mesa fue el gran
debate que se generó después. Uno de los temas que más conflicto causaron fue
el de la “mercantilización” de la
Arqueología, el de pensar que lo que debemos crear es un “producto” que
debemos vender y que para ello nos debemos servir de estrategias de marketing. Mucha gente se escandaliza
porque la Cultura no debe tener precio, porque creen que con ello se enfriaría
la pasión por nuestro trabajo para convertirlo todo en una triste lucha por un
trono de oro. Yo, sin embargo, creo que no tiene por qué ser así. La clave está
en la ética de trabajo: tenemos todo
el derecho del mundo a promocionar nuestro producto arqueológico siempre y
cuando pongamos todo nuestro esfuerzo en su perfecta realización. El marketing
y la publicidad, que muchas veces se presentan como máquinas del engaño, no
tienen por qué serlo si detrás de ellas hay un trabajo serio y profesional, que
realmente merezca la pena. En este caso se convierten, por el contrario, en un
elemento potenciador de la calidad porque permiten que trabajos verdaderamente
enriquecedores lleguen a la sociedad, nuestros verdaderos clientes.
En este sentido, otra de las cosas que tienen fundamental importancia para
que la Arqueología tenga un futuro –¡Y con ello nosotros, los arqueólogos, no
lo olvidemos!– es la necesidad de una
divulgación seria y efectiva. Entiendo por seria una divulgación de
calidad, realizada por historiadores con conocimientos periodísticos o
periodistas con conocimientos históricos, que transmitan de forma clara los
resultados de las investigaciones, ya que, al fin y al cabo, debemos justificar
su necesidad ante un público mixto y heterogéneo, normalmente ajeno a labores y
términos arqueológicos. Por otro lado, entiendo por efectiva una divulgación
complementaria a la tradicional, distinta, más viva, cercana, menos gris, que
se convierta en algo divertido e interesante para aquella gente que no comparte
otra forma de acercamiento a la Historia. Hacer documentales para historiadores
es una pérdida de tiempo.
Yo, por la cuenta que me trae, estoy intentando aportar mi pequeño
grano de arena en este sentido, abriendo nuevas vías a la Arqueología
tradicional, debido a mi especialización: la Arqueología Virtual. Hago
referencia a esto como ejemplo de que existen y se están poniendo en práctica nuevas formas de hacer y difundir la
Arqueología y, cada uno, de mil formas distintas, podemos contribuir a
crear la Arqueología del futuro. Lo que debemos tener claro es que, de
cualquier modo, la nueva Arqueología pasa por salir a la calle, a las redes
sociales, a las radios y televisiones. No es posible avanzar en este sentido
con el elitismo de raíces decimonónicas que aún puebla gran parte de nuestro
ambiente arqueológico. La Arqueología debe ser pública, abierta, seria y de
calidad. No puede ser que pidamos a voz en grito “transparencia” a nuestros
políticos y que en el día a día de nuestra profesión seamos completamente
opacos.
Uno de los objetivos finales de esta serie de estrategias, en lo que
atañe a nuestra disciplina, es conseguir la profesionalización de la Arqueología. No solo nominalmente y en los
escritos administrativos sino de cara a la gente: es necesario que se nos vea
como lo que somos, científicos e historiadores que investigan de forma seria
para ofrecer un producto cargado de conocimiento sobre nuestro pasado. Debe
quedar claro que nuestros estudios no son fruto de la inspiración artística o
de la invención de taberna sino que tienen detrás un duro trabajo,
estandarizado, metodológico y costoso. Que se reconozcan los medios de los que
necesita una investigación arqueológica –tanto humanos como materiales– y lo
provechosa que es su exploración desde el punto de vista cultural, social y
económico.
Parece que la emoción de hablar de una Arqueología del futuro me ha
llevado a olvidar los términos bélicos. Parece que se ha acabado la guerra.
Ojalá esto se haga también realidad y las heridas, mutilaciones y muertes
profesionales que hoy en día se producen de forma alarmante en el mundo de la
Arqueología queden en un futuro, si no completamente erradicadas, sí muy
reducidas. Como veis, está en nuestras manos y parece que la emoción, la
ilusión y la imaginación tienen mucho que decir al respecto.
Pablo Aparicio Resco
@ArcheoPablo
(Este texto es una reflexión en torno a la conferencia "La Arqueología como profesión. Borrón y cuenta nueva." realizada por el arqueólogo Enric Flors Ureña, director de ARX. Arxivística i Arqueología, en la Universiad de Valencia el 21 de Noviembre del 2012)
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