Muchos piensan que el Renacimiento, en el arte, solo consistió en la recuperación de lo clásico. Y esto es un error, una de las características de este Renacimiento si es esa, pero no es ni lo principal ni lo más importante.
Es cierto que para que se pudiera dar este nuevo estilo artístico fue necesaria la observación y la búsqueda, el interés y el estudio, de lo clásico, de las ruinas, los escritos, y en definitiva del legado depositado, sobre todo en Italia, por la cultura romana que a su vez bebía de la griega.
Pero sin embargo la importancia del Renacimiento radica en otros factores propios y originales.
El Renacimiento destaca por que aplica un orden a las obras de arte (tanto pictóricas como escultóricas y arquitectónicas) y ese orden tiene que estar sujeto a la realidad humana, que no es algo desproporcionado, divino, infinito. Para ello las cosas deben estar delimitadas por un espacio determinado y por un tiempo determinado, exactamente igual que la realidad humana.
Para ello, por ejemplo en la arquitectura, el artista del renacimiento no se limita a copiar los frontones clásicos, los órdenes clásicos (dórico, jónico, corintio y toscano), las columnas, etc. sino que los reinventa, los somete a unas leyes concretas de perspectiva, de orden, de proporción. Y así realiza cosas que jamás se habían hecho (ni sería pensable hacerlas) en la Antigüedad. Así mismo, para llevar esa proporción, es muy importante el módulo al que queda sometida toda la obra de arte.
Un ejemplo perfecto lo vemos en la Capilla Pazzi, de Brunelleschi, que consigue que todos los elementos estén interrelacionados gracias al módulo (cuadrado imaginario en planta en el que se inscribiría la cúpula central). Así es un despliegue de proporciones y medidas como no se había visto hasta entonces desde la construcción del Partenón y que, efectivamente, debe parte de sus elementos individuales a la recuperación de lo clásico pero muestra claramente cómo no es parecido a nada de lo hecho hasta entonces.
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